Predicción de una pandemia
¿Era una pandemia impredecible?
Una pandemia global con consecuencias trascendentales era poco probable, pero no se salía totalmente del campo normal de expectativas, como muestra este artículo de 2016 escrito por uno de los socios fundadores de mega.

Nota: este artículo fue originalmente escrito y publicado en 2016, tres años antes del brote de COVID-19, en la revista Scenario, una publicación del Instituto de Estudios del Futuro de Copenhague. Autores: Kyle Brown y Simona Arminaite.
Los logros de la medicina moderna y los avances en salud e higiene públicas hacen difícil comprender la posibilidad de un brote fatal de enfermedad en las sociedades actuales. Especialmente en el mundo desarrollado, muchos ven las pandemias, epidemias generalizadas de enfermedades infecciosas, como una amenaza del pasado. Enfermedades como la peste negra a finales de la Edad Media parecen considerarse como cuestiones históricas y reliquias de tiempos pasados. Sin embargo, en un mundo más conectado que nunca, la confianza percibida en muchas regiones desarrolladas no es más que una falsa sensación de seguridad.
Pensemos, por ejemplo, en el brote de ébola en 2014 en África Occidental que dejó más de 10.000 muertos o en el virus de la gripe H1N1 en 2009 que dejó entre 250.000 y 600.000 muertos. O consideremos el ejemplo más lejano en el tiempo pero más grave de la gripe española de 1918-1919 que mató a millones de personas en todo el mundo. A pesar de los considerables progresos en medicina logrados desde entonces, lo que hizo a la gripe española tan letal fue precisamente que apareció en un momento de transporte mundial masivo de personas y bienes, llevando la enfermedad a todos los rincones del mundo. ¿Cuáles serían las consecuencias si fuésemos golpeados por una pandemia similar en el mundo hiperglobalizado de hoy en día?
Una pandemia grave suele ser considerada por las organizaciones internacionales como el mayor riesgo de catástrofe global, incluso superior al riesgo de terrorismo debido a su impacto generalizado. Si bien el número de víctimas de los brotes más recientes suele ser mucho más reducido en comparación con otras pandemias históricas, somos mucho más vulnerables a futuras pandemias de lo que podríamos llegar a pensar, pese a los numerosos avances en la medicina moderna. Una futura pandemia plantea un escenario incierto: un futuro poco probable pero con un elevado impacto que tendrá consecuencias de gran alcance para las sociedades y las economías en todo el mundo.
Virus mutantes
Pese a las muchas incertidumbres acerca de la ubicación, el momento de la aparición, la velocidad del ataque, la morbilidad y la mortalidad de las próximas pandemias, la mayor parte de los profesionales en salud pública, medicina y epidemiología consideran las futuras pandemias como algo inevitable. Los expertos coinciden en que el tipo de enfermedad con más probabilidad de alcanzar proporciones pandémicas será una forma novedosa del virus de la gripe para el que la inmunidad en la población humana es escasa o nula y que se propaga fácilmente de unas personas a otras.
Además, todavía existe la posibilidad de pandemias globales derivadas de enfermedades ya conocidas como VIH/SIDA, SARS, ébola, viruela y otros virus. La amenaza no solo surge del peligro inherente de los virus como tal en una era de globalización, sino de las mutaciones en evolución. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades y la Organización Mundial de la Salud reconocen el aumento de la resistencia multifarmacológica, antibiótica y antimicrobiana entre algunos de los virus más predominantes y nocivos.
Globalización y ciudades
Nuestro mundo está cambiando rápidamente y, con él, también están cambiando las condiciones para un futuro brote de pandemia global. Al mismo tiempo, la interdependencia y la fragilidad de nuestros modernos sistemas socioeconómicos subyacentes están amplificando las condiciones que propiciarían una pandemia así. Un creciente número de tendencias están incrementando el riesgo de un brote pandémico, desafiando la capacidad de resistencia de nuestro progreso actual en salud y medicina.
En primer lugar, los cálculos demuestran que existe una fuerte correlación entre el riesgo de pandemia y la densidad de población humana. El crecimiento de la población mundial y el aumento de la urbanización favorecerán la acelerada propagación de enfermedades entre las poblaciones. Según proyecciones de las Naciones Unidas, se espera que el crecimiento de la población mundial alcance los 9.600 millones de habitantes para mediados de siglo, y los 11.200 millones para 2100. Asimismo, se espera que la población urbana mundial aumente del 54% en 2014 hasta el 67,5% para 2030. La emergencia de megaciudades, megacorredores y regiones metropolitanas descomunales en muchos lugares del mundo también facilitará probablemente la propagación de enfermedades transmisibles en caso de originarse un brote.
En segundo lugar, no solo está aumentando el nivel general de urbanización, sino que también el rápido crecimiento ha sido desproporcionado y particularmente dramático entre países de renta baja. Esto ha conducido al auge de barrios marginales, zonas urbanas precarias y superpobladas habitadas por gente muy pobre. Algunos denominan estas zonas "bombas sociales de relojería" a punto de explotar debido a que su desarrollo no está planificado y a que suelen carecer de infraestructura básica como la que se necesita para gestionar el agua y los residuos. Según un informe del Foro Económico Mundial, actualmente casi 700 millones de residentes urbanos carecen de instalaciones de saneamiento adecuadas. Este problema tiene un carácter especialmente urgente en África subsahariana y Asia meridional central, donde el 62% y el 43% de la población urbana, respectivamente, vive en asentamientos precarios. En tales condiciones, las enfermedades infecciosas pueden proliferar y propagarse a regiones cercanas.
Por último, en nuestro mundo hiperconectado, los patógenos que provocan enfermedades tienen mayor facilidad para trasladarse de un lugar a otro y ampliar rápidamente el alcance y el impacto de la infección. El moderno transporte aéreo provoca que el brote de una enfermedad infecciosa en un país podría propagarse por todo el mundo en cuestión de días, en lugar de necesitar meses o años. El brote de síndrome respiratorio agudo grave (SARS) a principios de los años 2000 es ilustrativo del potencial de los virus para viajar y de los desafíos de contención. El 21 de febrero de 2002, un catedrático de medicina de Cantón en China se alojó en el hotel Metropole de Hong Kong durante una noche. Llevó consigo el virus del SARS, infectando a otros clientes, quienes posteriormente propagaron la enfermedad a Vietnam, Singapur e incluso hasta Toronto. La creciente sofisticación de las redes de transporte, que conectan no solo a las personas sino también a las mercancías en la cadena de valor mundial, podría acelerar enormemente la propagación de enfermedades infecciosas y limitar nuestra capacidad de contenerla.
El coste de un resfriado
A la hora de hablar de los efectos de las pandemias, solemos cuantificar los brotes de una enfermedad por el número de infectados, la gravedad de la enfermedad causada por un virus, la vulnerabilidad de las poblaciones afectadas y la eficacia de las medidas preventivas. Sin embargo, las pandemias no solo alteran la salud y el bienestar de una población, sino también las estructuras sociales.
En el caso de una epidemia grave, el poder político probablemente se canalizaría hacia arriba y las autoridades a nivel local y estatal ordenarían un programa público de respuesta, proponiendo el cierre de colegios y restringiendo las reuniones públicas para reducir la amenaza de transmisión. Los proveedores de servicios de salud, la policía o incluso los efectivos militares probablemente se verían implicados en el control del caos, o incluso de revueltas civiles, particularmente si los focos de la enfermedad pudieran ser identificados. Las repercusiones definitivamente generarían preocupaciones en materia de seguridad nacional e incluso internacional, exigiendo una respuesta coordinada.
También disminuiría la dimensión de la población activa en tiempos de semejante crisis. Una pandemia no solo entrañaría costes económicos directos, sino también costes indirectos entre los que se incluyen el absentismo laboral o la escasez de mano de obra y las pérdidas de productividad resultantes. Por otra parte, una pandemia desestabilizaría considerablemente las redes de suministro y reduciría la demanda de transporte, comercio, comunicación, sistemas de pago y los principales servicios públicos, dando paso a un declive económico general. Según el Banco Mundial, una única pandemia de gripe grave costaría más de 3.000 billones de dólares.
Como podemos extrapolar de las pandemias históricas, las catástrofes incontrolables no solo influyen en la vida diaria a corto plazo, sino que también dan lugar a una reorientación general de la sociedad a largo plazo. Por supuesto, la atención investigadora tomará otro camino, se implementarán medidas preventivas, se crearán productos y servicios en el periodo posterior y se procederá a una reconstrucción una vez pasada la pandemia, pero también se producirán cambios más significativos y duraderos. Es difícil perfilar con precisión cómo ocurrirá todo esto, aunque en una nueva era de agitación política, la globalización y el orden socioeconómico existente probablemente serán cuestionados tanto como ideas como desde el punto de vista pragmático. Nuevos valores, creencias y paradigmas aflorarán y se reflejarán en nuevas estructuras socioeconómicas y políticas que busquen salvaguardar la humanidad de futuras pandemias y otras catástrofes.