La COVID-19 y la nueva era de la asistencia sanitaria

La pandemia global tendrá consecuencias de gran trascendencia para el sector de la asistencia sanitaria y trasladará el foco de atención a la prevención y las nuevas tecnologías.

La COVID-19 está transformando la medicina y el sector sanitario a una velocidad vertiginosa. Cambios que antes pensábamos que tardarían 10 años en producirse, ahora parece que podrían materializarse en dos. En gran parte esto se debe a que los gobiernos, los médicos, las compañías de seguros y los pacientes han empezado a darse cuenta de los beneficios de los datos y la tecnología para la asistencia sanitaria.

Uno de los cambios más notables en la prestación de asistencia sanitaria es la aceptación de los servicios electrónicos. Como muestra de la tendencia generalizada, Partners HealthCare, con sede en Boston, ha informado de que la cantidad de consultas médicas virtuales se incrementó hasta alcanzar las 90.000 en marzo de 2020, frente a las 1.600 de hace un año.

Estas tecnologías existen desde hace al menos una década pero, hasta ahora, los médicos y los pacientes se habían mostrado reacios a utilizar las consultas por vídeo, preocupados por la pérdida de contacto directo médico-paciente. Ahora eso ha cambiado: en todo el mundo desarrollado, la gran mayoría de las consultas médicas han pasado a realizarse a través de Internet prácticamente de la noche a la mañana. Japón es un buen ejemplo de ello. El Gobierno, que antes se resistía a las consultas médicas en línea, ahora ha relajado las restricciones y Line, un servicio de mensajería japonés con 80 millones de suscriptores, está a punto de lanzar una aplicación de diagnóstico médico este mismo verano, en un intento de aliviar la presión sobre los profesionales sanitarios que trabajan en primera línea.

Esta tendencia no se invertirá cuando vaya disminuyendo la gravedad de esta pandemia. Esta tecnología ofrece simplemente demasiados beneficios, sobre todo en lo que respecta a la mejora del acceso a los servicios médicos. Y el ámbito de lo que se puede conseguir se amplía constantemente. Por ejemplo, los avances de las cámaras, el aumento de la potencia de procesamiento de los equipos informáticos y la inteligencia artificial (IA) han abierto la puerta al diagnóstico preliminar de afecciones dermatológicas a partir de fotografías.

La tecnología tendrá posiblemente su máxima repercusión en las economías en desarrollo. De hecho, la medicina digital –apoyada por el despliegue de la tecnología inalámbrica 5G– es la única manera de poder alcanzar el objetivo de la ONU de consecución de una cobertura sanitaria universal para 2030.

Prevención y preparación

La pandemia también ha puesto de relieve la importancia de que el conjunto de la población desarrolle y mantenga unos sistemas inmunitarios fuertes. En consecuencia, la prevención, que históricamente lo ha tenido difícil para captar una atención y financiación suficientes, se ha convertido en una prioridad gubernamental. Sobre todo en aquellos países donde el promedio de edad de la población es elevado y va en aumento.

En esta época en que cada vez más personas incrementan su esperanza de vida, el reto consiste en garantizar que el mayor número posible de esos años adicionales se vivan con buena salud, aligerando la carga del sistema de asistencia sanitaria.

A medida que adoptamos la tecnología, se pueden utilizar dispositivos sencillos para monitorizar a las personas en riesgo de contraer enfermedades, como la diabetes, y ayudarlas a adaptar sus estilos de vida y mejorar su salud. Pueden ayudarnos a dormir el número adecuado de horas, a realizar la cantidad suficiente de actividad física, a comer de manera saludable, gracias a la asistencia fundamental de los macrodatos y la IA en la determinación de los parámetros óptimos en cada caso.

Es probable que asistamos a un cambio gradual de los sistemas sanitarios en el que se pase de la evaluación comparativa de los tratamientos y las intervenciones quirúrgicas a la evaluación comparativa del bienestar y la calidad de vida.

Datos compartidos

También estamos cada vez más dispuestos a establecer menos diferencias entre los datos públicos y los privados. Gobiernos de todo el mundo están utilizando aplicaciones de localización para medir la propagación de la infección, reunir más información sobre la enfermedad y monitorizar los niveles generales de salud.

Sin embargo, aunque la eficacia de las aplicaciones de seguimiento es impresionante, queda mucho trabajo por hacer. Es necesario disipar adecuadamente las dudas sobre seguridad y privacidad si se pretende que el público siga utilizándolas a largo plazo.

Los datos también pueden ayudar a realizar diagnósticos más precisos mediante la búsqueda de anomalías en las historias clínicas de cada paciente, así como a acelerar el desarrollo de vacunas y tratamientos. De hecho, la tecnología es una de las razones por las que podríamos obtener una vacuna para la COVID-19 en mucho menos tiempo que el ciclo de desarrollo habitual, que suele ser de 10-15 años. La IA puede discernir entre toda la información e investigaciones disponibles sobre el virus, analizar su ADN y estructura y, a continuación, correlacionar esa información con las fórmulas existentes para determinar qué vacunas o medicamentos podrían utilizarse o adaptarse.

En general, no es casualidad que los países que han logrado frenar mejor la propagación de la COVID-19 tengan una cosa en común: una relación sofisticada con los datos. Saben cómo recogerlos, analizarlos y compartirlos de modo que influyan en el comportamiento. Cuantos más datos tengamos, mejor podremos identificar los tratamientos y las medidas preventivas.