Una pandemia de hambre

Las exigencias inmediatas que la COVID-19 ha planteado a los sistemas de sanidad pública han provocado la desatención de otros ámbitos cruciales para el bienestar humano como, por ejemplo, la producción de alimentos. Pero si el mundo quiere superar los efectos de la pandemia, sus prioridades deben cambiar, argumenta Edward Davey.

En medio de la emergencia de la COVID, ha sido fácil pasar por alto las consecuencias a largo plazo de la pandemia. Pero cuando consideramos las perspectivas para el futuro, algunas de las medidas más esenciales que podemos tomar están relacionadas con los alimentos que comemos y la forma en la que se cultivan, producen y distribuyen. Las políticas para ofrecer un sistema alimentario más justo, sano, nutritivo y sostenible deberían ser el centro de la respuesta internacional a la COVID-19, en buena parte porque las poblaciones más sanas ayudarán a limitar el impacto de esta y de otras futuras pandemias.

La crisis de salud pública mundial ha puesto al descubierto, e incluso ha agravado, algunas de las trágicas deficiencias del sistema alimentario mundial. Según el informe "Estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2020" de la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO), unos 690 millones de personas se van a dormir con hambre cada noche. Este número aumentará en 130 millones de personas más a final de 2020 si no se toman medidas urgentes.

El hambre acecha a la población mundial, desde EE. UU. hasta Bangladesh, como demostró un contundente informe reciente. Otros 3.000 millones de personas no pueden permitirse adquirir una dieta sana, nutritiva y sostenible debido a la pobreza, la desigualdad y las deficiencias en mercados nacionales y mundiales. Mientras tanto, la agricultura y el cambio de uso del suelo causan en torno a una cuarta parte de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, y también acarrean la pérdida de muchos de los más valiosos hábitats naturales ricos en biodiversidad que quedan en el mundo –una pérdida que intensifica el riesgo de pandemias. En buena parte de los 500 millones de granjas de pequeños agricultores que existen en el mundo viven las personas más pobres y desnutridas del planeta. La humanidad pierde una tercera parte de los alimentos que produce, lo que supone un fracaso moral a la vez que un desperdicio económico.

Una vez en la vida

Tenemos ante nosotros una impresionante oportunidad, única en nuestra generación, a la vez que una apremiante obligación ética de abordar estos fracasos y sembrar las semillas de un sistema alimentario más equitativo, resiliente, próspero y nutritivo para el siglo XXI y más allá. Para trazar un rumbo más adecuado debe actuarse de forma positiva y con visión de futuro en todos los frentes, desde gobiernos nacionales, regiones y ciudades, hasta inversores, sector privado, sociedad civil, grupos religiosos, comunidades y figuras públicas. Se nos presentan tres prioridades especialmente urgentes.

La primera es que el mundo necesita tomar un conjunto de medidas inmediatas para aliviar la crisis humanitaria empeorada por la pandemia y proveer de alimentos nutritivos y redes de protección a todos aquellos que los necesiten (por eso, ¡qué acertado es que el Programa Mundial de Alimentos haya sido galardonado este año con el Premio Nobel de la Paz!). Esto exige mantener abiertas las fronteras, responder a las exhortaciones de la ONU relativas a la financiación adecuada para llamamientos de emergencia y asegurarse –en cada país– de que los niños y los grupos vulnerables tienen acceso a los alimentos y vitaminas que requieren. Los países más afectados necesitan que se les conceda una reducción de la deuda y una financiación adecuada por parte de instituciones internacionales, así como estímulos económicos ante la COVID-19 y paquetes de recuperación ligados a estas disposiciones.

De la granja a la mesa

La segunda es que los agricultores de todo el mundo deberían recibir apoyo e incentivos para dar un giro hacia prácticas agrícolas más sostenibles con las que tantos de ellos están comprometidos. Los 700.000 millones de dólares que el mundo gasta cada año en subsidios para el sistema de alimentación y uso del suelo existente deberían ser redistribuidos con creatividad para obtener mejores resultados en términos de nutrición, medio ambiente, medios de vida y clima. Los mercados y las estructuras de incentivos deben ser rediseñados para apoyar a los agricultores con el fin de que produzcan alimentos sanos y nutritivos y se les recompense debidamente por esa producción. 

La Estrategia Nacional de Alimentación del Reino Unido recientemente publicada es un ejemplo que demuestra cómo podría lograrse esto, inclusive mediante una serie de medidas asociadas a la aportación de "dinero público para bienes públicos". (La obra "An English Pastoral" de James Rebanks describe de forma conmovedora cómo un agricultor ha reformado sus prácticas en los últimos años en esta dirección). La estrategia propuesta por la UE denominada "De la granja a la mesa", si consigue llevarse a buen término con éxito, contempla reformas similares en todo el sistema de alimentación. El estado indio de Andhra Pradesh, un antiguo centro neurálgico agrícola de la Revolución Verde, ha establecido una política a nivel estatal de "agricultura natural con presupuesto cero", que incentiva la agricultura productiva a la vez que reduce significativamente la utilización de fertilizantes y pesticidas. 

La tercera es que podemos y debemos aprovechar este momento único en asuntos mundiales para recapacitar e imaginar un mejor sistema de alimentación y uso del suelo para el futuro, ponernos de acuerdo respecto a esta visión y luego trabajar conjuntamente para convertirla en realidad. En septiembre de 2021, la ONU celebrará una Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios para cohesionar a todos los actores clave con el fin de trazar este rumbo. Ha invitado a todos los Estados nación y a los representantes del sector privado y comunidades a dar un paso al frente con sus mejores ideas, así como a exponer ejemplos inspiradores de lugares donde el cambio ya está en marcha. El impulso positivo generado en la Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios podrá entonces contribuir a obtener los mejores resultados posibles en alimentación y uso del suelo en las importantísimas reuniones sobre el clima previstas para noviembre de 2021 en Glasgow.

Conforme continuamos abordando las terribles consecuencias de esta pandemia y tomando medidas inmediatas que garanticen que todos los habitantes del planeta reciben el apoyo que necesitan para superarla, debemos también aprovechar esta oportunidad para volver a los primeros principios y crear un sistema de alimentación y uso del suelo radicalmente mejor en beneficio tanto de las personas como del planeta en el futuro. Esto es lo que el momento nos exige y no hay tiempo que perder.